La psicología, como ciencia que estudia la conducta, la afectividad, la motivación, el pensamiento y las relaciones humanas, no es neutral, nunca lo ha sido. Toda práctica psicológica está sostenida por una visión del hombre, aunque muchos no lo reconozcan. Quien piensa que el hombre es solo cuerpo, reducirá sus problemas a mecanismos biológicos o químicos. Quien cree que todo es subjetivo, negará la verdad objetiva, y convertirá la terapia en una reafirmación de deseos. Pero el psicólogo católico no puede caer en esa trampa. Su labor no es simplemente hacer que el otro "se sienta mejor", sino ayudarlo a vivir mejor, es decir, conforme a la verdad de su ser, a la ley natural y al propósito para el que fue creado.
Tener una antropología cristiana clara significa saber que el ser humano es cuerpo y alma, creado a imagen y semejanza de Dios, llamado a la comunión y destinado a la eternidad. Significa reconocer que hay un orden moral objetivo que guía su vida afectiva, que su libertad no es absoluta sino orientada al bien, y que el sufrimiento no siempre es un mal a evitar, sino muchas veces una ocasión para madurar, redimirse y crecer.
Sin este fundamento, un psicólogo puede caer fácilmente en terapias que refuercen el egoísmo, que nieguen el pecado, que justifiquen el desorden, que relativicen la culpa, que aplaudan elecciones contrarias a la ley de Dios, o que mutilen la dimensión espiritual de la persona. Lo hemos visto en muchos enfoques terapéuticos modernos que niegan la diferencia sexual, promueven la autoindulgencia, justifican el vicio y celebran el hedonismo. Un psicólogo que no se forma bien, termina absorbiendo esos errores, aunque sin quererlo, y los transmite a sus pacientes.
Por eso, un psicólogo católico debe estudiar profundamente a Santo Tomás de Aquino, la antropología perenne, la teología fundamental, la doctrina moral y la espiritualidad cristiana. No para convertir la terapia en un sermón, sino para tener una brújula interior que lo mantenga firme en medio de tantos modelos terapéuticos confusos.
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