“La honestidad no razona. La verdadera honestidad lo sabe muy bien: esto es mío y lo otro no. No toco lo que no es mío. Entrego lo que es de otro. No me corresponde a mí. Le corresponde a él. La honestidad no razona”, escribe en febrero de 1942. Ese día un niño puso una rebanada de pan con mermelada sobre la almohada de un niño muerto. “Ésta es su ración. Vivo o muerto, tiene derecho a recibir su pan con mermelada”.
En la mañana del miércoles 5 de agosto de 1942 se vio desfilar por las calles de la mártir capital polaca una extraña caravana. La formaban un grupo de 200 huérfanos judíos, niños de corta edad, ataviados con trajes de fiesta. Al frente de ellos marchaba con pasos lentos pero firmes, su maestro y compañero; el hombre que en las penumbras de su vida de orfandad había hecho penetrar un rayo de luz trayéndoles la alegría de vivir.
[...] El jefe nazi se acercó al dr. Korczak y le dijo que no tenía la obligación de acompañar a los niños. Pero el dr apartó al verdugo nazi del grupo de niños gritándole con sus últimas energías:
-¡Fuera de aquí, hijo de perra! ¡no nos molestes!.¿Acaso no ves con qué alegría los niños judíos van al encuentro de la muerte?
Este fue el último acto de rebeldía de su existencia.
Marc Turkow