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Se lee en las vidas de los padres antiguos del yermo, que convertido el hijo de un usurero, por un sermón, en que se reprehendió este maldito vicio: rogó a su padre, y a otro hermano suyo, que dejado aquél trato infame, restituyesen lo mal llevado, haciendo ellos como suelen, y se dice, orejas de mercader; el se retiró al yermo, y tomó el hábito de Monje, en compañía de otros siervos de Dios.
Murieron su padre, y hermano, sin hacer penitencia de sus pecados. Se dolía el santo Monje del mal estado, que temía les hubiese cabido: y suplicaba a nuestro Señor se lo revelase. Estando un día en esta oración, le apareció un Ángel, que tomándole por la mano, le llevó a un alto monte, de donde vio un valle profundo, lleno de fuego, donde oída primero una voz espantosa, vio luego a su padre que bullía en el fuego, cual un garbanzo, en hervor de la olla, y a su hermano nadando entre las llamas, ya arriba, ya abajo. Habló el hijo al padre, diciéndole: Maldito seas padre eternamente, que con tu injusta herencia me condenaste, y le respondió el padre: Maldito seas tu hijo, que por dejarte rico, no dudé ganarla por medios injustos. Desaparecieron ellos, y volvió el Monje espantado a su Monasterio, donde perseveró en áspera penitencia hasta la muerte. Gulliell, de Lug, in Sumavitior, capítulo de Avaritia, Rubr.Y es así, que acrecentará el tormento a los condenados, las maldiciones que se echarán unos a otros; aquellos especialmente, que a título de amistad, se hicieron obras de enemigos mortales; y fueron a veces causa de haber venido al miserable estado de su condenación. Al contrario en los Bienaventurados, que tendrán particular gozo de las gracias que se rendirán, y bendiciones con que se honrarán, los que en el mundo se dieron la mano, para subir a la alteza de gloria, en que se verá en el Cielo. Lo uno, y lo otro se muestra claro, en lo que de otros Autores refiere el Espejo de los ejemplos, distin. 9, num. 214.
Había un Santo varón (no señala el lugar donde sucedió) que deseaba grandemente ver en alguna manera, así las penas de los Condenados, como la gloria de los Bienaventurados, para alentarse mas a seguir esta, y huir de las otras. Alcanzó este favor de nuestro Señor que lo llevó en espíritu un Ángel, al lugar del Infierno: y entre muchas otras penas, vio un padre, que con rabia se maldecía, y maldecía a su hijo. Maldita sea, decía, maldita la hora en que engendré; maldito por cuanto por ti trabajé, pues por dejarte con que vivir a placer,rico, y honrado, me hice usurario, condenando mi alma a tan insufrible tormento. Le reconocía con igual coraje su hijo, diciéndole: Maldita sea la hora en que me engendraste; pues como si no fueras mi padre, así no cuidaste de mi, ni me enseñaste a guardar la ley de Dios, ni sus mandamientos; a pecar si, a estragar mis costumbres en vicios, a profanidad en vestidos, a sustentar fausto con haciendas ajenas, a fraudes en ventas, y compras, a usuras en tratos: jamas me fuiste a la mano en lo malo, ni me la diste para lo bueno: por ello padezco tormentos eternos. Aquí el Ángel dijo al santo varón: Triste cosa es oír esas maldiciones, no paremos mas en este lugar.
Lo subió al punto a los jardines del Cielo, donde vio un padre, y un hijo gozándose, y dándose mil parabienes del estado en que se hallaban, y de los medios por los que lo consiguieron. Bendito seas de Dios, decía el hijo al padre, que así enderezaste los caminos de mi juventud; procuraste que con las letras aprendiese virtud, que me inclinase a la Iglesia, temiese a Dios, y huyese su ofensa: me corregiste, cuando en algo excedía, y me advertías cuando en algo faltaba, ya con el premio del bien, ya con el castigo del mal. Ahora gozo del fruto de tu enseñanza,con los premios de mi obediencia. Por la que me tuviste hijo (replicaba el padre) te bendiga Dios por su eternidad, que tan bien lograste mis buenos consejos, y tan bien gobernaste tus pasos, que derecho arribaste a esta soberana Corte, donde me gozo, y te gozas, y seguros nos gozamos ambos en Dios. Bendita la hora en que te engendré, y bendito el día en que naciste para tanto bien tuyo, y mío; pues no es poca la gloria que a mí me cabe de la que tu por mi cuidado alcanzaste; y veo yo que posees. Dichosos padres, y dichosos hijos, a quien tales bendiciones tocaren; y desdichados aquellos sobre los que las contrarias maldiciones cayeren.
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