DETERMINADO ESTÁ PARA TODOS LOS HOMBRES EL MORIR.
Para todos los hombres nacidos determinó Dios la muerte, por la cual trasmigren de este siglo. Serás exceptuado de la muerte, si fueres exceptuado del género humano. ¿Qué haces? ¿Por ventura se te dice ahora: Elige si quieres o no ser hombre? Ya eres hombre, ya viniste. Piensa de qué modo salgas de aquí; has nacido y has de morir. Huye, guárdate, rechaza, redime; podrás diferir la muerte, mas no relegarla. Vendrá, aunque no quieras; vendrá cuando no sabes. ¿Por qué temes lo que sucederá aunque tú no quieras? Teme más bien lo que no sucederá si tú no quisieres. ¿Qué quiere decirte esto? Dios tiene amenazado con los fuegos y llamas eternas del infierno a los impíos, a los infieles, a los blasfemos, a los perjuros, a los inicuos y a todos los malos.
Compara primeramente estas dos cosas: la muerte para un momento, y las penas para siempre. Temes la muerte momentánea, y vendrá, aunque no quieras: pues teme las penas eternas, que no vendrán si no quisieres. Lo que debes temer es mucho mayor, y en tu voluntad está el que no te venga. Pues, a la verdad, vivas bien, o vivas mal, has de morir; no escaparás de la muerte viviendo bien o viviendo mal, empero si eligieres el vivir bien aquí, no serás enviado a las penas eternas. Y ya que no puedes elegir aquí el morir, elige mientras vives el no morir eternamente.
Esta es la fe, y esto manifestó Cristo muriendo y resucitando. Muriendo manifestó que quieras o no quieras has de perecer; y resucitando manifestó lo que viviendo bien has de recibir. En aquella forma de siervo, en aquello que de nosotros recibió por nosotros, nació y padeció, y resucitó, y subió al cielo.
Cuatro cosas he dicho. Nació, padeció, resucitó y subió al cielo. En las dos primeras te manifestó tu condición; y en las dos últimas te dio la muestra del premio. Tú sabías el nacer y el morir; puesto que la región de los mortales está llena de estas dos cosas. ¿Qué abunda aquí en toda carne más que el nacer y el morir? Esto tiene el hombre con las bestias; así pasamos esta vida común con ellas. Hemos nacido, y hemos de morir. Todavía no conocías el resucitar y el subir al cielo. Conocías dos cosas, y dos no conocías; recibió el Señor lo que conocías, y te manifestó lo que no conocías; sufre lo que recibió, y espera lo que manifestó. Pues qué ¿no has de morir, porque no quieras morir? ¿Por qué temes lo que no puedes evitar? Temes lo que sucederá aunque no quisieres; y no temes lo que no sucederá si no quieres. (Serm. 279, nn. 8 y 9).
Todos a la verdad tenemos que morir; y cualquiera que desea evadir la muerte, nada puede hacer para relegarla, y sí sólo para diferir el débito. A todos tiene obligados, y todos hemos de pagar esta deuda que hemos traído de Adán; y porque no queremos morir, no se da seguridad por el cobrador de este débito, y sí sólo se pide la dilación. (Serm. 243, n. 2).
El que ha de morir, no quiere morir, y sin embargo necesariamente morirá, aunque continuamente no quiera. Nada haces con no querer morir, nada efectúas, nada impides; ningún poder tienes para quitar la necesidad de la muerte. Sin querer tú, vendrá lo que temes; y recusándolo tú, se presentará lo que difieres. Trabajas diligente para diferir la muerte, ¿pero acaso para ahuyentarla? Si, pues, los moradores de esta vida se fatigan tanto para diferir la muerte, ¿cuánto deberá de trabajarse para evitarla? Tú ciertamente no quieres morir. Pues muda el amor, y se te manifiesta la muerte, no la que te vendrá sin querer, y sí la que no te vendrá si no quisieres. (Serm. 344, n. 3).
Doctrina espiritual para cada día del año. 1 de mayo. Por san Agustín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario