Escribir es el oficio de las palabras hechas mensajes a partir de la riqueza del mundo espiritual de cada uno. Como todo arte, también la escritura es un oficio de interioridad.
Es la aventura de encontrarse consigo mismo en el intento de pronunciar el propio universo que habitamos y compartirlo con otros a través de la palabra. Escribir es la forma más bella de inmortalidad: “aprendemos a ser el narrador de nuestra propia historia sin convertirnos totalmente en el autor de nuestra vida.” (Paul Ricœur). Ya que sabemos que “Alguien” está más detrás de los hilos visibles de nuestra vida.
Quien escribe trabaja artesanalmente. Las palabras forman textos. Esa “textura”: puede ser dura, áspera, filosa, hiriente, suave, blanda, delicada o sutil. Asume todas las caracteristicas de la comunicación humana.
Un buen texto es aquél cuyo sonoridad es musicalmente armónica. La sonoridad y la musicalidad son imprescindibles para la belleza auditiva del poema. Un artista siempre está convocado a su mundo interior, a su laboratorio de creatividad, a la usina inmanente de su espíritu. De allí saca transmutadas todas las cosas a partir de la elaboración de sus vivencias. Hay un cierto autismo en el proceso creativo. Existe una abstracción. Hay algo que se desconecta de afuera para conectarse adentro.
El poeta es como un geólogo que explora suelos y terrenos, recorre geografías y paisajes, busca en las vetas profundas, se sumerge en las entrañas de la hondura y de la herida. Es también como un arqueólogo de la palabra, examina cimientos y raíces, sondea lo que permanece oculto, desentraña etimologías, buscando -como el músico- combinar sonoridad y sentido.
El escritor trabaja simultánemente con el universo limitado de las palabras y con el vasto universo ilimitado de la imaginación. La vida y los sueños son los materiales de la literatura. La escritura tiene que ser un espacio de íntima felicidad, un gozo laborioso, muchas veces hasta tedioso y sacrificado. Cuando la obra se publica, se comunica a otros volviéndose esencialmente generosa, se desprende de su autor y puede llegar a muchos por muy diversos caminos.
Escribir puede ser una tarea, un oficio, una pasión y una vocación. Es una tarea cuando resulta un hecho fortuito e incidental, sin demasiada importancia, algo circunstancial que hay que hacer por alguna necesidad. Es un oficio cuando compromete un hacer dedicado, un aprendizaje continuo, un tiempo sosegado. Es una pasión cuando se siente de manera imperiosa y absorbente, casi no se puede esquivar, ni rechazar y resulta un imperativo el realizarla. A menudo no da descanso, ni tregua. Se presenta y manda. Es una vocación, por último cuando integra toda la vida y subsiste, más allá de cualquier embate. Toda vocación es un llamado y cuando éste conlleva la transmisión de un mensaje, a menudo, se escribe..."
Fragmento de Eduardo Casas
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